En esta ocasión el Espíritu Santo nos mostró en el capítulo 3, entre otras cosas, la importancia de reconocer y ministrar a otros lo que hemos recibido del Señor. Cuando Pedro y Juan se dirigían al Templo a la oración, en la que perseveraba la iglesia como ya vimos, un cojo era puesto afuera para pedir limosna. No lo llevaban a orar. Se quedaba fuera. Pero el Señor quiere que tu no te quedes afuera y entres a su presencia. El cojo les pidió limosna y ellos lo miraron, no lo esquivaron, no lo menospreciaron. Jesús contó la parábola del buen samaritano. El sacerdote y el levita vieron al hombre herido e inconsciente en el camino pero pasaron de largo, más el samaritano fue movido a misericordia, Así miraba Jesús con compasión, al perdido y desamparado, al desechado, al oprimido por el diablo. Pedro y Juan le pidieron que los viera que no tenían oro ni plata, pero eso no los limitaba, Por lo que Pedro dijo algo contundente: "lo que tengo te doy" ¿Qué tenían? Habían sido llenos...